lunes, 12 de septiembre de 2011

Vocación

¿Quién me mandaría a mí matricularme en esta carrera? ¿Por qué no hice una diplomatura? ¿Por qué nadie aprende en cabeza ajena? ¿No había algo más largo? Son preguntas que me asaltan siempre en periodo de exámenes, me agobio, me estreso y parece que sostengo el peso del mundo sobre mis hombros. Sé que no soy la única, pero no me consuela. 


Tengo una prima de seis años, Matilde, que quiere ser médico desde que nació. Vale, igual eso es exagerar un poco, rectifico: Dice que quiere ser médico desde que aprendió a hablar. No es de sorprender, sobre todo teniendo en cuenta que su mamá es pediatra, su papá es estomatólogo y su prima favorita (léase: yo) estudiante de medicina. Lo ha vivido desde que nació. Cuando se le descose un peluche juega a ingresarlo en la UCI hasta que el cirujano (la tita Loli) tiene tiempo de llevarlo a quirófano para suturarlo; cuando menos lo esperas aparece con un fonendo y ausculta a toda la familia prestando especial atención al “tite” para ver si nota la diferencia y consigue escuchar ese reloj que parece atrapado en su pecho; juega a poner inyecciones diferenciando entre intravenosas e intramusculares y sabe tanta anatomía que dentro de poco tendré que desempolvar mis apuntes de primero porque no seré capaz de responder a sus preguntas, que no parecen acabar nunca y que no dejan de sorprenderme. Seguramente tenga una “predisposición genética” por lo sanitario, pero no puedo dejar de pensar que la gran influencia que tiene a su alrededor la estamos llevando a ser médico, sus modelos de vida no pasan por otro camino. Mi modelo a seguir siempre ha sido mi madrina, estudiante de medicina cuando yo tenía la edad de Matilde. No recuerdo jugar a ser médico pero sí recuerdo responder: médico, a la pregunta: ¿Qué vas a ser cuando seas mayor? No he querido ser madre, ni maestra, ni astronauta, ni nada; siempre he dicho que sería médico, no me plantee otra opción cuando la lejana universidad llegó a mi vida. A veces (como ahora, de exámenes) no puedo dejar de plantearme que a lo mejor mi vida iría por otro camino si mi madrina hubiera sido estudiante de ingeniería o de magisterio o si mi padre no tuviera una prótesis aórtica o mi madre no fuera hipotiroidea. Si hubiera sido mejor hacer otra cosa, aunque no hubiera habido vocación de por medio. Si todo sería más sencillo. Si estoy poniendo a una niña en un camino lleno de obstáculos que yo misma no sé si estaría dispuesta a volver a atravesar (y eso que aun lo estoy atravesando)…

No me cabe duda de que esta es una profesión vocacional, es inconcebible que no sea así. Nadie tira su juventud por la ventana por un sueldo o un prestigio (que además hace años que los médicos no tienen) o porque sea una carrera “con salidas”; nadie se pasa diez años de su vida estudiando tochos de folios interminables si no es por vocación. 

No me malinterpretéis, no tengo dudas de que elegí bien, de que esto es lo que quiero, pero todavía no sé si merecerá la pena tanto esfuerzo. Esta entrada la he escrito más para mí que para vosotros, para terminar de darme cuenta de por qué me matricule en esta carrera: porque sin duda es la profesión más bonita del mundo y no me veo haciendo nada que no sea lo que estoy haciendo.
Seguir leyendo...